Que echamos a correr por las infames aceras y yo sólo sabía mirarte el
culo a la misma velocidad en que tus piernas se movían. Pues hace ya tiempo que no me importa que me descubran tus ojos saboreando la lujuria sobre tus pantalones.
Y entonces te paras. En medio de nuestra resistencia socialista,
en la que tu cuerpo es mío y mis ganas son tuyas. Y me pregunto por qué no has
tirado de mí un poco más. Todo recto por tu carúncula hasta llegar al abismo
que hay, más allá de tu esclerótica.
Que aún no ha anochecido. Que ya sabes que el Sol está
esperando a que vayamos a verle a la Sierra Norte, para poder irse tranquilo a morir.
Ven a abrazarme. Unifiquémonos, como Alemania e Italia y
luego entre la tranquilidad de las constelaciones, bésame. Bésame y demostrémosle
a la Revolución Francesa, lo que realmente es la guerra.
Dispárame en el pecho. Tírame mil flechas. Aráñame. Pégame.
Muérdeme. Córrete y luego suicidémonos.
Que no habrá mayor placer que el de ser acusados de asesinato y luego salir
absueltos.