Mi esquizofrénica mente logró frenar el imperecedero tiempo
en mis deslucidas membranas oculares, haciéndome sentir en unas milésimas de
segundo, más desgastado que todos mis muertos recuerdos.
Todo estaba inmóvil, no había ruidos, ni malos olores, ni
siquiera había prisas. Solo había el silencio de miles y míseros humanos.
Maldito efímero sosiego que fue apagando, el erotismo que
sentí en aquella execrable coyuntura de afasia completa por parte de cuerpos
rígidos…
Torsos vacíos y yertos que me causaron una soledad plena que
hizo brotar en mí, la sensación de que
el mundo era más bonito, cuando no había mundo y cuando no había nada.
Y justo ahí, en ese pequeño instante de poderío por mi parte
y absolutismo hacia todo, noté el Nirvana en mi lacerante espíritu, porque para
mí, fue un placer ver callada la escoria del pueblo, y sentirme como un
político enmudeciendo ideales.